Fray Emilio Andrada, Provincial de la Provincia Franciscana de la Asunción OFM.
Hoy, sábado 4 de septiembre de 2021 quedará en la historia de la Iglesia en Argentina, como un día memorable, por ser cuando se proclamó como beato a uno de los hijos de esta bendita tierra: Fray Mamerto Esquiú, al que ahora podemos llamar, con todo derecho Beato Mamerto Esquiú. Y lo que suscita este día en mí es situarme ante él como en un espejo. De él veo que es reflejo de la santidad de la Iglesia, que es la santidad de Cristo. Y en mí veo el desafío de corregir tantos defectos que no me permiten reconocerme, ni poder decir con honestidad lo que decía San Pablo: “no soy yo, es Cristo quien vive en mí.” (Ga 2, 20).
Porque, como dice la Iglesia en Vaticano II: “Cristo Jesús, ‘existiendo en la forma de Dios…, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo’ (Flp 2,6-7), y por nosotros ‘se hizo pobre, siendo rico’ (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo.” Por lo tanto cada uno de nosotros, miembros de la Iglesia, cristianos, de cualquier condición y estado, somos “llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre.”
El Papa San Juan Pablo II, preocupado por la pérdida del vigor misionero en la Iglesia afirmó, de manera contundente: “La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad.” (RM 90).
Y el Papa Francisco, en el día que conmemoramos a todos los santos de la Iglesia, ha dicho que ellos “son los testigos más autorizados de la esperanza cristiana, porque la han vivido plenamente en su existencia, entre alegrías y sufrimientos, poniendo en práctica las Bienaventuranzas que Jesús predicó”.
Todo esto nos debe hacer pensar que, si queremos ser cristianos que semejantes a la semilla caída en tierra fértil, que da un fruto del ciento por uno, no podemos desoír estas reflexiones, y menos, dejar pasar sin que nos cuestione, el ejemplo de santidad que hoy se nos propone en el Beato Mamerto Esquiú. Porque en él sí que Cristo se ha manifestado y se manifiesta, por medio de su pensamiento, palabra y obra; porque él supo cumplir su misión sin necesidad de tantos recursos, le bastó procurar ser cada día más humilde y abnegado; porque él no podía concebir cumplir su misión sin esforzarse cada día por alcanzar la santidad; porque él pensó, habló y actuó solamente animado por una esperanza, la de un día vivir en la presencia de Dios. Y hoy estamos seguros de que ese santo deseo suyo se cumplió.
Si, el verdadero misionero es el santo. Pidamos hoy al Señor que nos dé el anhelo de vivir en el espíritu de las Bienaventuranzas, respondiendo decidida y generosamente al llamado a la santidad, como lo hizo el Beato Mamerto Esquiú.